FINAL DE LA CREACIÓN
Peinadito mi niño con dulces cardos,
desnudo en el invierno y triste y malo.
Luis Federico Martínez
Es el orden mental de la madera, y no la prisa
la que enseña a los huidos la languidez de los proverbios
hasta que, helados, al fin, en los colmillos de mi vientre
levantan las ciudades, para ver, que no hay esplendor
tendido, que los hombres son mis párpados
o yo; si se me juntasen los labios, tened en cuenta
que vuestro embeleso custodia el enigma
que disciplina mis deseos yo soy el pintado a última hora
en la pared, y ahora este lugar está conmigo, y a mí
no me recuerdo,
este es el uso de los actos: no me desahogo en el mundo
pero pintándome explicáis vuestra salida de las estrellas,
escoltáis la maravilla, vuestros caprichos recorran el mundo …- no quiero que sepáis por qué me hicisteis esto Ahora que sólo me queda la pronunciación de la llave Preciso en la justicia, rugiente en mis jardines sangro con esmero, y encima me guardo el cuajo y los orines, a la mínima señal saldré de aquí
Respeto que seduzcáis al hombre blanco
haciéndome trepar, villanos, al incendio
el tiempo falla, el espacio me vale
será mi concentración salvaje en este lugar
ideal para resistirme: misas de campaña, harto de vino
y de cocer pedruscos, para ponerlos a vuestra sombra
cuando dormís,
(… ) se vuelven ortigas, firmas de adolescentes que amontono
retrasando cada amanecer junto a animales sin apetito,
será una sola visita al orgullo, pero final y constante:
bultos en las ingles es lo que valora el sediento
ahora corrijo en vuestros sueños los muslos de un encino- en este planeta que sólo ayuda a juntar las fiestas en una frase sin corazón, como si, a veces, excavaras en paz en mis sentidos dices soy la afasia párvula que late en los espectros vitalicios Cuando nacen de mujer les contesto: mis labios azotan la hoguera, o, me quedaré al Sol
que no tardará en ceder en mi lengua- hasta que me ponga malo (será el riesgo mes a mes)
Adoro las épocas de vergüenza, y llorarlas
en largas pajas maestras
sería una mera venganza
de mi geometría; nutro anatomías que, tal vez,
decidme, hayan muerto
-un solo carril-
huya pues el viento de mi violencia
fidelísima,
el talento
El horror de la primera parte.
CORTEJO DEL PEZ HOMBRE
Hemos inventado un tesoro ágil, otro
y esta es su cicatrización
os traemos el sueño que explica
donde somos ungüentos por afilar
en barbos engañados con mi rostro,
el galope en la torre donde somos hostiles
a verbalizar, no el que obedece a las heridas
el combate puro de mis narices por donde salís
como manzanos extranjeros
Mirai la claraboya por donde no huiremos
la calma, no las noches aquí
por un soldado ido enfilando la piscifactoría
que descubristeis, esta hendidura carnal
que respira por vosotros, pequeños míos
limados en interrogatorios justos, por circulares- la lluvia y los anzuelos reconocen a los sanos pero en lo hondo la traición, no es traición, mentira, y, quizá, no cesábamos de crear por eso; no oís a mis perros difuntos, mordidos por las ganas esperándome ahí afuera, un buen lugar para fumarnos los anzuelos y dejarnos caer
Peces hombre somos
y hemos pasado a la acción,
tábanos que paseamos en busca del aire
que dejáis es nuestro cortejo impávido,
víveres que lanzar al río, para elevarnos
y que los alrededores sean nuestro secreto
es el origen que esperamos-
así se concilia un naufragio esbelto
es fácil con los traidores vivos
y, sobre todo, atormentar a la nieve
no la nieve humana, sino la segunda clausura
de todo
en el despertar de los frenazos
El río iluminado en los dientes -sin condiciones-
Porque antes de salvar la vida
aprendimos para siempre a alcanzarnos
la ráfaga linda de ninguno
cuando el material puro traba la limpidez
que lo categoriza “con el pueblo japonés acabado, olvidad
el archipiélago sometido, intrigantes, replicad
de nuevo a los franceses,
las palabras encerradas sólo dan el paso
que las impide…”,
se parecen a los sentidos rasgados –los que cuajan
para empresas de gula y estruendo-
el secreto de gobernar
el pecho marino consistía en saber revender con habilidad
los mapas
Contra la igualdad sonreíamos a Paracelso, la
sonoridad siquiera inacabada como los filos libres
es el universo que persevera en las crías
es la calma ascendente de los herboristas
al ritmo de las maravillas adelgazadas, cambios
respirados –novedades, ni se enteró- para imantar al bosque
la estación radiante de pesca sorteo puro
si sólo somos espíritus ralos para el dolor
que la traición humana, ni niega,
ni alcanza.
No hay comentarios:
Publicar un comentario